Las posibilidades
Que caben en esta frente
Resbalan por la
Aceitosa profundidad
De este dolor de cabeza.
Es menester, porque de no publicarse estas palabras, sería mucho lo no dicho, demasiado lo callado. Editar a este jóven escritor es para mi, este humilde pseudo colega, una experiencia alucinante. Son palabras pronunciadas por labios muy jóvenes, pero palabras cargadas de mucha vida. Bienvenidos al Palacio del Exilio.
Las posibilidades
Que caben en esta frente
Resbalan por la
Aceitosa profundidad
De este dolor de cabeza.
Amo estos pies
que a veces odio.
Estos pies grandes,
mugrosos y siempre cansados.
Estos pies, que cuando ceden,
sangrantes ante la peregrinación
de otro largo día,
se doblegan y entonces
sigo de rodillas.
Mi condición de profeta,
está arraigada en la condición
agujerada de estos
pantalones rotos
que llevo a medias,
en el espacio y tiempo
que ocupa este poema.
Amigo, ahora que te conozco muerto
¿Estás despierto?
Espero que al igual que yo,
este con tu oido presionado
contra el frío muro.
Ahora en el intermedio
te digo: Somos carne y poesía…
P.D: Todos los finales son iguales,
toda cosa acaba en su respectivo silencio.
Es por eso que me gustan tanto los comienzos.
Donde todo, puede salir mal.
La oposición del cuerpo cristalino
disimula el deseo de movimiento
del alma estacionaria
que habita desde el otro lado
de estos ojos incoloros.
Me he dado cuenta,
que el aceite de oliva
no es muy bueno
para freir huevos.
De la misma manera,
que el tenedor es,
luego que nada,
el peor utencilio
para untar mantequilla.
Me he dado cuenta de
que el parlamento cesudo
es un horrible compañero
para completar el cuadrilatero Yo,
que sigue siendo trinidad;
mi ser, la tinta y la infinitud.
Colgados alrededor del cuello
Llevo similitudes y virginidades.
Tengo tatuado en la frente
Mil religiones.
No olvido los rezos ni las canciones
De todo aquello que adoramos
Al crecer.
Supe amar,
Siempre que el perdón y el recuerdo de este
No fuera tan solo un simple rincón
Que llené con telarañas y el polvo
De mi alma en desuso.
Me gustaría hablarte de un dios compasivo.
¡Pero mira la hora!
Se ha hecho tarde,
La sangre viril y mártir
Se coagula.
En venas que corren por las calles.
Pecan, para que nosotros no tengamos.
De sus santidades,
Dibujaremos entre las líneas,
Del cuaderno de un niño; congregaciones.
Alzamos estridentes alabanzas
Que encenderán un recuerdo pasajero
En la sutileza decimal
De nuestras neuronas.
La fe embriaga cuerpos
Pero no espíritus.
Calmará el dolor
Pero abre la herida
Infla egos y pinta sonrisas,
Aunque al final,
Nos arrastremos
Sobre las montañas de polvo y arena.
Caminaré entonces, yo al frente,
Con tobillos alados
Mil cien niños a mis espaldas.
Los dirigiré sobre tierras
Hechas fértil, por medio de guerras, debilidades.
Solo cruzarán los mares,
Que puedan beber en mi nombre
Y solo comerán el cuerpo,
Mientras yo tenga vida.
Llenaré de ritos sus libros.
De celebraciones insectinas,
Serán socorridos
Sobre el lecho de muerte
Para que alcancen otro cielo
Más verde,
Otro universo de estrellados
Crayones y matices
De negro, de fieras
Que se alimentan en pastizales
De fantasmas que recorren
De rodillas los senderos
Hacia el río.
Llegaremos, algún día.
Será de noche,
La luna brillará amarilla,
Como cansada,
Mientras el puñal ajeno
A mis carnes
Alimenta las naciones
Y en sus gritos de oraciones
Me llamarán padre.
Siento en mi garganta,
Un cigarrillo que no es mío.
Mientras lentamente
Saboreo su ausencia de gusano.
Baja, por el trazo árido
De tierra que llevo dentro.
Mi estómago es recipiente del milagro
Y de la lombriz que nos otorga
Una hora más para festejar.
El humo toma vida,
Ahí por dentro
Me hace infinito
Extiende los horizontes sangrantes
De mis costados,
En un mareo regurgitante
De océanos sin ocasión.
Llevo dentro un dios.
Tengo a Baco,
Propagando el arte de los sentidos;
Mis manos sobre tus senos,
La lengua bañada en vino,
Los ojos tendidos sobre laderas de cuerpos,
Los oídos son cauterizados por
Un estridente rugido,
De buey macho,
La nariz llega adentro
Reclamando la presencia extraña
De la bruma intrusa.
Serpentinamente, me desahogo
De mí y de mi ser;
El agua del río es clara y fresca,
Qué pena que no podamos beber de él.
Tal vez el toque de oro
De la presencia del cigarrillo en mi garganta,
Podrá ser lavada,
En un bautizo rápido y certero
Sobre las montañas ungidas por la lluvia.
Algún día saldré,
Buey macho, rugiente
Y con el asta incendiada
Llevaré vigilia
Por el cigarrillo
Que juró ser mío
En la garganta.
Si pudiera tan solo adivinar
El precio de la lágrima
Que rueda sobre el pavimento de tus mejillas,
Hasta acumularse
Al pie de tu boca
Sinónimo de ríos y tiempo perdido.
Eres así dura, gris.
Como de reinos antiguos,
De ladrillos, martillos y prostitutas.
Eres vieja y tu belleza
Se agranda en la sutileza
De que vas perdiendo todo sentido
Y perspectiva.
Pues no es recién nacido,
Todo aquello que vemos por vez primera,
Pero en la lengua sigue siendo dulce;
Y no basta
Pues te iré olvidando
Y seguirás siendo nueva,
Mujer dura, mujer de piedra.
Mujer eterna, aunque solo dures
Lo que dura un beso.
Encontramos al monolito
En medio del lugar donde
Alimentábamos las aves del parque.
Su piel recién pintada
Con los misterios de noche profunda
Nos presentó con el reto inmensurable
De aquellos días.
Si mis dedos recorrieran
Su intransigente superficie sangrante
Y enfermizamente amarilla,
Quedarían mis yemas
Testigos de la muerte
De algún viejo amigo.
Tu padre, o el recuerdo del mío,
Posó sus pies en lo más alto,
Impregnando el obelisco de ojos verdes
Con un sacrificio de hambre
Que mató festejando
Sobre las gélidas losas del palacio.
Y si reí
Fue porque ya estaba borracho
Y la sonrisa fue tan solo
Una alucinación
Intoxicada de pérdida,
Al otro lado del muro
Donde fusilamos la razón
Una tarde veraniega,
Aún cuando entendimos
Con claridad severa
Como funciona en muerte
El mecanismo
Del reloj en el vacío
De nuestros fantasmas
En aceleración continua
Al estrellarse
Contra la pintura mojada
Sobre un cuerpo de piedra.
Y vimos, mientras
Lentamente escuchamos
El picoteo de
Aves en su ritual frenético
Como el contorno del fantasma,
Se levantaba,
En la fijación
Agonizante
Por parte de un sol
Que no conoce de perdón,
Sobre el monolito, que creció
Tímidamente en medio
De la cacofonía
De nuestro silencio.
Las palabras morían,
Una a una
En el vientre
De nuestras
Tibias gargantas.
Los surcos se desvelaron en caricias
Sobre el polvo en un rayo de sol.
Te miro, haciéndote mía, una ranura
Con forma de cabeza sobre la almohada.
Llevo unos dedos rígidos en el frío
Acariciando tu ausencia y tu ser,
Vertiendo de mi cristalino caracol
(Cual persistes en llamar cuerpo)
El vacío que abre huecos sobre la nada.
Así llegó a pasar,
Los Gentiles alados
Rodeaban el cadáver del Caído.
Hijos de gusanos, que alguna vez
Llegaron a ser amados
Entre radiantes senos maternales.
Intercambiaban sueños
Por quedar despiertos
En algún recuerdo lejano.
Rodeaban el cadáver los viejos
E infantes,Los que no sueñan.
Gentiles demonios de algún olvido
Hecho reino a fuerza de hierro.
Los Gentiles nunca duermen,
Matan y son felices.
Cantan por siete décadas
Sin conocer que encienden sed,
Sin esperar rencor ni venganza,
Han olvidado las fronteras
Entre la noche y la muerte.
Cantan, bastardos de un ayer
Cuando los hombres festejaban
En tierras y frutas
Cuando la retribución del Divino era suave,
Cuando las promesas de Gracia
Vivían por milésimas,
En granos de arena.
Arena que rodean Los Gentiles
Rodean un cadáver de suave piedra y duermen al fín
Sin temor a la retribución
Que los consumirá
Desde la pregunta en sus cabezas.
Los Gentiles matan y son felices.
Los herejes fueron asesinados
En la página ochenta y siete
De un punto medio,
En el libro donde se escribieron
Los nombres
De todos los pétalos
De todas las flores.
Días lentos, como a manera
De luz a través de agua.
La ciudad está viva
En una exoticidad alcohólica.
La dedicación de sus habitantes
Es esto y nada más.
Gran extensión de las horas;
Existimos aquí, somos ahora
Y… nada más.
Entonces el poeta,
Con voz de profeta proclama:
“Reinventemos a los dioses.
A los mitos de todas las eras.”
Mientras que la cosmología insomne
Que teníamos prevista,
Se revuelca perdida
En el ayuno de cama vacía.
Pero la ciudad está viva,
Alrededor de todo y en todos.
Bajo la lluvia
Se predijo entre fieras
El día en que acabará la música,
La respiración medular de la última célula
Se olvidará en apagar la luz
A la salida
Del corazón cósmico
Que conocimos como ayer.
Herejes azules
Se levantarán por mano de los místicos.
Su silencio será el horizonte
De la última palabra.
La serpiente derramó
El jarro con sus iniciales,
La moneda de plata rodó entre las épocas
De aquellos relucientes
Ojos de ratas
En su bajo mudo.
Es cierto que nuestros pies,
Coronan sus santos
Y el eco de las pisadas
Marcan el ritmo de la
Caída de sus imperios
Y reyes.
Recorrimos su calle infinita
Antes del amanecer.
Acampamos al lado
De la carretera.
Los últimos andantes,
Si eso eran,
Se dieron a las fieras.
Ahora, en la carroña
De su abandono
Crecen yerbas,
Altares de gloria
Y nueva vida.
Su sacrificio alimenta
El rugido del silencio
Al cual nos levantamos
Aquella noche a mitad del día
Con la serpiente, a un lado
Y los pedazos del jarro,
Al otro.
Entren sin demora,
Mi cabeza es su cabeza.
Somos niños jugando el juego
Más elemental y sencillo.
Matamos para comer y reír, para ser,
Para encontrarnos en la cruel inocencia
Del primer día.